sábado, 22 de diciembre de 2007

ReCaPiTuLaCiOnEs De PeTeRiSa PaN

Cuando era pequeña tenía mucho tiempo para pensar. Es algo que echo profundamente de menos, aunque probablemente el no-pensar me proporcione bien. Desde que me acerqué al límite de ese invento de la mayoría de edad, caigo redonda en la cama y apenas me da tiempo a cerrar los ojos para que mi respiración se vuelva profunda, fuerte y pausada, con ese sonido tan característico que hago mientras duermo. Jamás podré engañar a nadie y decirle "Si estaba despierta..."; también tengo cuidado de saber bien hacerme la dormida. Pero la realidad es esa: si tomo posición horizontal, la cuenta atrás comienza y Morfeo se acerca a mí raudo y veloz preparado para llevarme a surrealistas ensoñaciones.

En cambio, a mis 11 ó 12 años y posteriores, el irse a la cama era un ejercicio de reflexión. Pasaba normalmente más de media hora evaluando paso a paso cada una de mis acciones del día. Era muy introvertida e insegura, así que fácilmente me autoflagelaba por acciones estúpidas y adolescentes. No sólo me evaluaba a mí sino a todo el que me rodeaba, pensaba en cómo influía yo en sus vidas, leía sus gestos, sus expresiones. Pensaba en sus lenguajes, en cómo se relacionaban entre ellos, en lo que significaba en realidad lo que decían o hacían. No lo podía evitar, era irme a la cama y empezar a cavilar. Y todo eso, el día a día, me llevaba también a reflexiones más profundas, en particular a aquello que más respeto me ha producido nunca: el tiempo. Intentaba detenerme en un segundo instantáneo y observaba que su pulso era caduco antes incluso de convertirlo en presente. En la oscuridad de mi habitación, entre las sábanas, sabía que aquello que estaba viendo en ese minúsculo segundo jamás lo volvería a ver igual. Quizá mi retina pudiera formar alguna vez la misma imagen, pero el instante sería ya otro, situado en una posición distinta del cuarto eje de coordenadas.

Del mismo modo pensaba en el significado de la existencia. Era muy extraño observar cómo el yo consistía en una especie de ventana (llamada vista) por el que recibía imágenes. Asimismo
tenía algo conocido como voluntad que influía de un modo u otro en esas imágenes. Si mi voluntad se dirigía hacia mis manos, hacia lo que yo sentía como manos, entonces las imágenes que recibía y que identificaba con mis manos variaban respondiendo a mi voluntad. También afectaba a los sonidos, a las palabras. Al resto. Pero siempre me dió la sensación de que el mundo poco tiene en realidad que ver con lo que yo percibo. Primero, el vértigo enorme y consecuente vacío que experimentaba al darme cuenta de que mi yo era tan sólo un grano de arena del Universo en la escala del tiempo. También el saber que a pesar de que el centro del mundo que conozco es mi yo, ya que es a través del cual recibo la información y el que me deja interactuar con el resto, en poco influía yo a ese mundo que circulaba ajeno a mis emociones y acciones. Llegué incluso a pensar que todo era una farsa (y que conste que lo pensé mucho antes de que existiera Matrix) de la que jamás me enteraría, que quizá mi yo transformaba por completo la realidad hasta el punto de que lo que percibía era un burdo disfraz de lo que existía, que quizá ninguna de mis verdades habían formado nunca parte de la realidad.

Me daba muchísimo miedo olvidar cosas. Me daba cuenta que no recordaba nada de lo que me había pasado cuando era bebé, cuando tenía uno, dos años. Y los pocos recuerdos que guardaba bien podían ser en realidad sueños, imágenes creadas por mi mente que tampoco nunca habían existido. Así llegué a la conclusión de que aquello de lo que no me acordaba no servía para nada, era como si no hubiera existido. Entonces, ¿para qué hacer cosas y existir en el mundo si luego dejan de existir? Tuve una época completamente obsesionada con no olvidar cosas. Apuntaba todo lo que me sucedía. El problema es que siempre he sido muy olvidadiza, nunca me acuerdo de las cosas incluso aunque fueran importantes. Ahora intento pensar que a pesar de que no las recuerde, tienen un efecto permanente en mí, me cambian por dentro para siempre, y me ayudan en el hoy de una forma u otra.

Y por último, a dónde quiero llegar, me di cuenta de que un día de repente sin casi darme cuenta y habiendo olvidado casi por completo la transición entre ese momento de reflexión y aquél sobre el que reflexiono, tendría 80 años. Mi voluntad afectaría de forma distinta mis acciones. La imagen que me devolvería el espejo sería completamente diferente, y lo más triste es que ese cambio habría sido tan lento y pausado que en contados instantes habría sido consciente de él. Como despertando de repente, mi vida habría pasado de forma más o menos insulsa, poco me quedaría que hacer. La realidad apenas llegaría a mí, mi camino se terminaría, mi vida habría quedado obsoleta, y sólo me quedaría esperar a morir.

Ahí es cuando en la oscura habitación y al abrigo de mis sábanas lloraba desconsolada, intentando no hacer ruido. En ese momento, era absoluta y plenamente consciente de que moriría, de que no volvería a existir, no existirían imágenes de vuelta, no existiría nada, no sentiría nada, no estaría en ningún sitio, no habría ventana ni percepción. Ni reflexiones en las sábanas. Dejaría de estar en el mundo. Y el mundo dejaría entonces de existir, porque si el mundo existe es porque yo lo veo. La obra sería inconclusa porque una vez yo no lo percibo de poco me vale que nadie continúe ningún camino. Sencillamente todo se acabaría.

En el mejor de los casos, el Universo no existe sólo por mí sino que yo tan sólo soy una de las partes que lo conforman, y entonces seguiría existiendo con otros entes y voluntades que lo observan desde sus ventanas y que influyen en su derredor. Pero en ese caso me daba en cuenta de mi pequeñez en el mundo, de mi poca importancia y de hasta qué punto había tenido una existencia corta y completamente insignificante.

En cualquier caso, la vida se me habría resbalado entre los dedos cual granos de arena. Siguiera el camino que siguiera llegaría a ese punto de vejez de repente, tal y como ayer llegué a los 22 años, olvidando muchos momentos por el camino, y por tanto desechándolos del mundo, de la realidad, del yo. Jamás volvería a sentir niñez, adolescencia, juventud, madurez, energía. Daría igual si mucha o poca gente iría a mi entierro, aunque me confortara imaginar grandes pesares tras mi existencia. De todos modos ya no existiría nada, ni mi propia ausencia.

Cuando pienso acostumbro a hablar sola, en el sentido de que mis pensamientos más que apuntes dispersos en mi mente aparecen a lo largo de un diálogo conmigo misma. No es necesario que hable en voz alta, pero sin quererlo voy encadenándolos en una reflexión. Hace relativamente poco, menos de un año, me llamé a mí misma “adolescente”. Fue un impulso, reflexionaba sobre una estupidez que había cometido, e intentaba excusarme en que, al fin y al cabo, soy una adolescente. Paré en seco y pensé que no, que no era una adolescente, ya no. Ahora soy joven, universitaria, pero no adolescente. Había dejado atrás esa etapa y apenas me había dado cuenta. Fui consciente de que los últimos cinco años parecían pasados de golpe, como en un tropezón tonto. ¿Realmente he dejado de serlo, realmente han pasado todos esos años? El futuro será igual: un día me daré cuenta de que ya no, ya no hay vida, sólo espera a la muerte, y luego ya la nada.

No es un secreto que los cumpleaños me depriman. Duele pensar que ninguno de mis actos permanecerán nunca más a etapas pasadas de mi vida. Que si algún día llega la marca que pare el tiempo ya no será a los 21, ni a los 20, ni a los 19… Tan sólo de los 22 en adelante. Y luego de los 23. Y más tarde me enfrentaré a la realidad y tendré que abortar mis planes, porque no tendrán cabida en mi vida. No podré ser la persona que quería ser. O la persona con las cosas que quería hacer. Nunca podré hablar de un gran amor adolescente, no lo sentiré con esa intensidad. Y puede que llegue de otro millón de formas, pero no de esa. La isa que era hace unos años no habrá vivido en Paris, ni hablará el lenguaje sin palabras, ni habrá jugado a no ser. Quizá lo sea la de ahora o la de después, pero nunca más la de antes. Y quizá esa pobre isa sí que quería hacer todas esas cosas. Todo eso me sumerge sin quererlo, y quizá sin razón suficiente, en una profunda pena.

No sé lo que seré mañana. No sé cuántos pasos más me serán permitidos dar. Sólo sé lo que soy hoy, sé que lo que quiero hacer y sé que no puedo confiar en el mañana, porque el tiempo es traicionero y procura brindarnos sorpresas desagradables. El equilibrio, el Ying-Yang, somos yo y el mundo, yo haciendo planes y él tramando para romperlos. Él alejándome de mi gente. Él alejándome de mi juventud y ganas. De mis seguridades. Él cambiándolo todo. Él robando vidas y sueños. Y yo volviendo a construir una y otra vez.

Hoy tengo 22 años. Ya no escribiré nada más con menos vida que eso. Y no es sólo una casilla a rellenar en un formulario. También es la pérdida de todos los infinitésimos de segundo que conformaban esos 22 años de existencia. De todos esos lugares que visité y no recuerdo. De toda la gente que me crucé y no me volví a mirar. Es la marca de todo lo que he perdido y del tiempo que se me ha robado. Es la certeza de que la nada, el fin, está segundo a segundo, latido a latido, más cerca de mí.

domingo, 16 de diciembre de 2007

CaRtA dE nAvIdAd

Son extrañas las sensaciones, las añoranzas, los caminos. Son extraños los puntos que recorremos uno a uno durante nuestra vida, sorprendiéndonos nosotros mismos por cosas que quizá deberíamos haber pasado hace tiempo. Es extraño cómo luchamos para ser nosotros mismos cuando el único obstáculo que encuentro está en . Yo soy la que me interpongo entre lo que quiero ser y lo que soy. Yo soy la que toma la decisión. Yo soy la que extraño lo que no tengo o la que se siente vacía. Mi voluntad maneja cada uno de mis actos, y sería cínica si lo negara. Indudablemente existen miles de cosas que me rodean y me afectan, e incluso las tengo en cuenta. Pero en el último instante, la última respiración, el camino; todo eso corre tan sólo de mi cuenta.


Por eso este año no hay carta a los Reyes. Este año me escribo una carta a mí misma, y me digo:


Déjame ser yo. Déjame ser la que quiero ser en cada momento. Déjame no volver a ahogar una risa o hacerla sonar hueca y vacía. Déjame convertirme en Lolita, en Robinson, en Ché, en Vega, en Einstein, en Ende, en todo lo que me inspira en el momento de inspiración. Déjame bailar sin buscar coordinación, déjame mezclar todo lo que toca mis manos. Déjame revelar secretos inconfensables. Déjame jugar una vez más. Déjame pintarme la boca muy roja y los ojos muy negros. Déjame esconderme bajo mi ropa. Déjame enseñar tan sólo lo que me apetezca enseñar. Déjame arrepentirme una vez más, pero sin culpabilidades por favor. Déjame comprometerme y cumplir; pero también déjame la espontaneidad. Déjame echar a perder, déjame dejar cosas para mañana, déjame dejar de pensar en mañana. Déjame quemar la agenda, déjame sorprenderme. Déjame conocer. Déjame quedarme en la cama con ojos legañosos y arrebujarme en mis sábanas.


Quiero ser yo toda mi vida.

lunes, 3 de diciembre de 2007

La PrInCeSa

Había una vez una princesa encerrada en una torre. Su amado príncipe del Reino Lejano, con su peculiar acento extranjero, estaba lejos y jamás podría llegar a rescatarla, arriba en la fría y lúgubre torre.

Se había sentado con sus padres los reyes, lo había hablado, lo había gritado, había pasado, lo había intentado de nuevo. Lo único que consiguió fue ser encerrada en lo alto de la torre, bajo siete malignas llaves mentales y junto a su dama de confianza.

La princesa cogió el cuento y lo cerró de golpe, ya está bien de falsos finales felices y demás payasadas.


La princesa, sin torre ni castillo pero en su habitación llena y desordenada, subió el volumen de su minicadena a tope y empezó a seguir el rítmico bombardeo de notas con su cabeza, con gesto fiero y tenaz. Bum, bum, bum, bum. Cogió su mochila y empezó a llenarla de cosas, cosas que le servirían en su nuevo mundo, sus amuletos, sus fotos, su cuento favorito, los colgantes, un par de camisetas, mudas, dinero, relojes, bolígrafos y un cuadernillo para escribir... y miles de besos que repartir en libertad. Bum, bum, bum, bum... es el ritmo del camino. Bum, bum, bum, bum... me acerco a la libertad. Bum, bum, bum, bum... lejos, lejos, lejos, lejos.... muy lejos... lejos de aquí...

Paró en seco y notó que su respiración se aceleraba, que su corazón galopaba ya lejos en otros vientos, que la vista se le emborronaba. Estaba drogada. Miró a sus manos que aún temblaban y escuchó los repiqueteantes latidos en sus sienes. Bum, bum, bum, bum. Se dejó caer en la cama.

"¿Qué estoy haciendo...? ¿Qué coño estoy haciendo?"

Bum, bum, bum, bum. Nuevas músicas, nuevos ritmos, nuevas ilusiones, nuevas fronteras, nuevos destinos, nuevas miradas... Bum, bum, bum, bum. El caballo que galopa en su pecho apenas la deja respirar. Bum, bum, bum, bum.

Mientras su respiración se tranquilizaba miró al techo. Por un momento no pensó en nada. Luego fijó la vista en las marcas del yeso e imaginó pequeñas figuras, como cuando era pequeña.

Se incorporó y se sentó en la cama. Y empezó a sacar cuidadosamente, con delicadeza, como si de importantes y frágiles obras de arte se tratara, cada uno de los mágicos enseres que se pensaron destinados a otro mundo, devolviéndolos exactamente al sitio de dónde los había sacado.

Se abrió la puerta de golpe y su pequeña confidente, la dama de confianza encerrada en su torre, miró el panorama preguntándose qué hacer. La princesa disimuló las lágrimas mientras colocaba el último de sus objetos, y se volvió hacia su amiga.

- No me voy. Me quedo. A luchar desde dentro. A derribar una a una las piedras de nuestra torre.

Y a pesar de todo, la pequeña dama entendió o hizo como si entendiera. Apagó la música, cogió la mano de la princesa, y juntas se echaron en la cama a mirar las figuras que el viejo gotelé dibujaba sin querer. Porque si bien no estaban fuera bajo el ardiente sol, su ventana sí que dejaba entrar pequeños destellos de libertad.




Te lo dedico, pringada.



martes, 27 de noviembre de 2007

SaN aLbErTo MaGnO pAtRóN dE cIeNcIaS

Nacido en Baviera en 1206 y fallecido en Colonia en 1280 (alemán pues), fue un destacado teólogo, filósofo y hombre de ciencia.

El conocimiento de la ciencia física de Alberto era considerado increíblemente certero para la época en la que fue expuesto. Su trabajo en cada rama fue genial, aunque se encuentra en su sistema "huecos" característicos de la filosofía académica.

En los siglos posteriores a su muerte, muchas historias mostraban a Alberto como alquimista y mago. En sus tratados sobre química, escribió sobre alquimia, metales y materiales. Creía que las piedras ocultaban propiedades. De todos modos, existen escasas evidencias de que él mismo realizara experimentos de alquimia. La mayor parte de esta confusión surge de que trabajos posteriores, particularmente el trabajo de alquimia conocido como "El Secreto Alberto" o "El Experimento Alberto", fueran falsamente atribuidos a Alberto por los autores para así aumentar el prestigio de los textos por asociación (pero qué pillines...).

Según la leyenda, se dice que Alberto descubrió la piedra filosofal y la pasó a su pupilo Tomás de Aquino, poco antes de su muerte (ni Harry Petas ni leches). En sus escritos Magno no confirma que descubriera la piedra, pero dice que fue testigo de la creación de oro mediante "transmutación". Teniendo en cuenta que Tomás de Aquino murió seis años antes que Alberto Magno, la leyenda se vuelve poco probable.

En cualquier caso, es verdad que Alberto estaba profundamente interesado en astrología. Mientras para nosotros algo así parecería pura superstición, en la alta Edad Media pocos intelectuales, si no ninguno, cuestionaban las básicas suposiciones de la astrología: los humanos viven en una maraña de influencias celestiales que afectan a nuestro cuerpo, y por tanto nos motivan a comportarnos de un determinado modo (en plan hombres lobos y menstruaciones pero un poco más general). De ahí nació la idea de que mediante la astrología sea posible leer el futuro de las personas. Alberto convirtió en ésta el componente central de su sistema filosófico, argumentando que entender las influencias del cielo hacia nosotros podría ayudarnos a vivir nuestras vidas de forma más acorde a los preceptos Cristianos (¡¡¡aaaaans!!! ¡¡por eso lo de hacerle santo...!!! Vale, vale, ya me lo estaba preguntando...). Esta idea se recoge de forma comprensiva en su trabajo "Speculum astronomiae", aunque sus creencias pueden encontrarse en prácticamente todo lo que escribió.

Como curiosidad, también se dedicó a la música. La mayor parte de lo que escribió sobre música es en relación a las Poesias de Aristóteles. Magnó rechazó la idea de la "música de esferas" como ridículas: el movimiento de los cuerpos astrónomos, supuso, es incapaz de generar ningún sonido. También escribió mucho sobre música y los tres distintos niveles subjetivos en los que los tonos trabajaban en la mente humana: purgando lo impuro; iluminación de importante contemplación; y nutritiva percepción por contemplación (mira, otro motivo para el tema santoral). De particular interés para las teorías de la música del siglo 20 es la atención que puso al silencio como íntegra parte de la música.




Hasta aquí la lección de hoy :D.

lunes, 19 de noviembre de 2007

No EsTÁ

Todos lo hemos hecho alguna vez, ¿verdad? Acercarnos al espejo lentamente, y ver cómo nuestras lágrimas resbalan por la mejilla. Ver de frente los ojos hinchados y la boca torcida. Observar la pena que nos conmueve desde fuera, casi como masocas, extasiados en nuestra propia tristeza.

Todos hemos sentido esa necesidad de tener algo que contar. Pero no nos damos cuenta de que en realidad lo que verdaderamente queremos es tener alguien a quien contárselo. Ése que nos transmita calor de poro a poro de la piel, alguien que se ahogue en nuestras pequeñas y rácanas lágrimas, que nos susurre desentonadas canciones, que nos mire como si fuéramos lo que ha estado esperando toda su vida.

Puede que tengamos a ese alguien, puede que haya ya una historia, que conozcamos su cara y su pelo, el tacto de sus labios y las arrugas de su rostro. Pero hay momentos en los que te miras al espejo bañada en lágrimas, y él simplemente no está.

También puede que jamás lo hayamos visto, que nos asomemos a la ventana preguntando cuándo aparecerá, que imaginemos pausadamente el momento, la primera frase, el primer beso, el primer sexo y la primera discusión. Nos convertimos entonces en guionistas escogiendo frases y finales felices. Pero aún así te miras al espejo inundada en tu tristeza, y él simplemente no está.

Hoy le necesito. Y no está.

SeNtIdOs II

Aquí viene la segunda parte.


[...]
Vuelvo a estar en la habitación. A pesar de no oír nada, sigo sabiendo que están esperando alrededor de mí. Pero ya no me preocupa, he elegido.

Mientras tenga tacto bucearé entre colores, los sonidos vibrarán sobre mí, los sabores dejarán marcas en mi piel, y abrazaré las historias que el olor transporta en el viento.

No necesito decirlo en voz alta, ellos lo saben y se acercan hacia mí. Por fin el círculo de luz me deja ver, oír, oler, y sentirles por última vez.



miércoles, 24 de octubre de 2007

SeNtIdOs I

Una luz cegadora me hace guiñar los ojos. La bombilla está dirigida directamente hacia mi cara, y en derredor el resto no es más que oscuridad. No veo nada, pero sé que ellos están a mi alrededor, y sé que muy pronto tengo que decidir.

Decidir cuál de ellos elijo. Sólo puede ser uno.

Tengo que elegir tan sólo uno de mis sentidos.

La inconsciencia me lleva en brazos de Morfeo y sueño.


Yo ya no soy yo, sino espectador y protagonista a la vez. Así que una parte de mí se acomoda en la butaca, y la otra se prepara para el viaje. Observo y siento a la vez como me convierto en vista. Como sentido me vuelvo incorpóreo. Soy aire o fluido, soy continuo en lugar de discreto, y floto en muchos sitios a la vez. La luz deja de ser luz y se convierte en mi idioma, y a través de mi ser la luz se descompone en millones de partes, cada una de un color, colores que jamás vi y que jamás veré, muchísimos más que en los que en vida reconocí, abarcan todo el espectro universal, lo que antes pensaba que estaba oscuro ahora está lleno de haces y espesores, siento las distintas densidades, los pequeños fotones, las energías, me atraviesan y me lleno de ellas. No veo, sino que me sumerjo en la luz.

Mientras, en la butaca, decido que es el momento, y aprieto un botón a mi derecha. Mi ser expandido alrededor se concentra poco a poco estrechándose y alargándose a la vez, convirtiéndome en una larga cuerda, tan larga que llego hasta el infinito, atravesando el Universo. Me he convertido en oído. La más mínima partícula me roza y me hace vibrar. Mi espesor fluctúa en estrecho y ancho, vibro y me muevo con el sonido del aire, de la música, de las máquinas, de los lloros de los niños, no dejo de moverme y me dejo llevar, a veces vuelo, a veces me muevo por dentro de mi ser, y reconozco cada tiempo, y no encuentro el silencio, sin descanso los sonidos me golpean una y otra vez, continuamente, pequeños susurros o grandes estruendos que cubren todo lo demás, estoy condenada al movimiento eterno.

Cuando creo que voy a desfallecer, pulso el botón de mi butaca de nuevo. Desde el infinito mi ser se retuerce y encoje, y en lugar de vibrar me expando, convirtiéndome en una masa espesa y lenta que va ocupando todo en derredor. Y según avanzo y cubro el espacio, me doy cuenta de que ahora soy el gusto, porque al contacto de cada partícula distingo una estridencia, una candidez, los miles de sabores son como colores, como superficies que recorro, picándome, arañándome, acariciándome, asiéndome con fuerza, rodeo todo y mi masa se extiende a lo largo de cada objeto, sumergiéndolos dentro de mí, que siento millones de matices en la superficie de cada uno de ellos. Según crezco estoy engullendo al Universo en mí.

Tan grande y pesado, pulso rápidamente el siguiente botón. De repente estallo en millones de partículas que se evaporan en derredor, y soy una leve brisa. Soy el olfato. Comienzo a volar en el espacio, pero según me encuentro con las partículas en mi camino, éstas bailan en mi ser transportándome el recuerdo de algo que está lejos de mí. Y oigo historias cada vez más y más lejanas, me hincho de ellas, todas me dicen algo y se van acumulando en mí, y me llenan, la información crece por dentro y miro en todas las direcciones a la vez, tocando a la vez lo cercano y lo lejano, con más o menos intensidad. Las partículas me abruman e intento cerrarme pero en vano, porque entran sin control.

Extasiada de olores, pulso el último botón.

Desaparezco. Ya no estoy en la butaca. Tampoco estoy en forma de brisa, de masa, de cuerda o continua. Simplemente no estoy.

Todo es luz blanca a mi alrededor. No tengo cara ni realidad, pero aún así, sonrío. Ya he elegido. La luz blanca se va estrechando y difuminando lentamente, rodeándose de oscuridad, hasta que se convierte en un foco en medio de una sala a oscuras.


Vuelvo a estar en la habitación. A pesar de no oír nada, sigo sabiendo que están esperando alrededor de mí. Pero ya no me preocupa, he elegido.


¿Y tú? ¿Has elegido?



(No seais cafres y escribid qué creéis que elijo, anda. Sólo por curiosidad... El final del relato en unos días :P.)

jueves, 11 de octubre de 2007

InVoLuCiÓn


Tu vida:

Un día te despiertas y crees que ya está, que has pasado una página.

Y otro día te encuentras justo en el medio de la historia.

No tiene sentido.

¿O sí?


Eso es la involución. El retroceso. Alguien decidió que el tiempo era lineal y que tenía tan sólo un sentido. Quizá no podamos viajar hacia atrás en el tiempo (quizá aún no), pero yo me siento encerrada en las mismas historias una y otra vez, a lo largo de toda mi vida.

Cambias los escenarios y los personajes, y realmente con todo tu corazón crees que por una vez todo será distinto, y cuando pasa el tiempo suficiente como para adquirir la valiosa perspectiva, resulta que estás exactamente en el punto de siempre. Tú sigues siendo tú y sigues convirtiendo tu mundo en tu mierda. Puede que pienses que es la mierda que te hace feliz, pero por mucho que sonrías, sigue oliendo mal. Y un día se te tuerce el morro, ¡normal! ¡huele a mierda!

No se puede salir de esta puta mierda.
Hay veces que hasta siento su inmundo olor y textura en mi boca. Me ahogo entre tanta mierda.

No quiero aprender a vivir en mi mierda. Me niego.

Y creo que lo único que puedo hacer es seguir gritando que vivo en una mierda, porque la consciencia de esa mierda alrededor mío es de lo poco que me consuela.

La consciencia.

Qué mierda.

lunes, 8 de octubre de 2007

En Mí


El escenario que se presentaba ante ella parecía el vacío hecho paisaje. La meseta castellana se rebelaba contra el agua y brillaba con destellos amarillos y áspera paja. Pero el frío se acercaba y con él la humedad, por lo que no sentía ningún crujir según avanzaba. Un fino viento jugó con su cabello y su vestido, y removió las hojas en derredor. Cruzó los brazos sobre el pecho y se apretó contra sí, para sentir el suave calor de la lana sobre su piel.

Unos largos y seguros pasos más adelante, se detuvo sobre la gris lápida. La tierra aún se sentía removida y oxigenada. Miró hacia ella durante el tiempo necesario para que la primera lágrima floreciera; entonces comenzó a hablar.

- Estoy enfadada -murmuró. Las lágrimas se convirtieron en ríos.

Una voz apareció a su espalda.

- ¿Por qué?

Se giró y le vio. Sabía que él no debía estar allí, que él estaba bajo sus pies. Pero todo lo relacionado con él en vida había sido magia, ¿por qué iba a dejar de serlo una vez muerto?

- Me creí todas tus mentiras. -Su mirada era dura y firme, aunque la voz le temblaba.- Me creí todas tus estúpidas mentiras, tonta de mí. Te escuchaba y te creía sin parar. Creía que eran de verdad. ¿Quién coño creías que eras? ¿Por qué coño decías todas todas esas cosas, y luego volvías a casa y...?

No pudo seguir hablando. Los ríos habían pasado a cataratas del Niágara, y le cortaron la voz. Agachó la cabeza e intentó tapar su cara, pero no pudo evitar hipar y gemir. Por fin lloraba como quería llorar, pero no delante de él.

Pasaron mucho tiempo uno enfrente de otro, ella llorando sin parar y sin consuelo, moviendo los hombros y ocultando su cara; él delante mirándola fijamente, con la cabeza gacha como siempre.

Cuando se sintió más tranquila, intentó respirar hondo y secarse la cara. Sabía que estaba roja e hinchada, pero daba igual. Acaso él jamás la había visto en vida, qué más daba como le viera muerto. Le miró otra vez a la cara.

- Eres un cobarde. He dejado que mi alma fuera dirigida por un cobarde y un mentiroso. Jamás has sentido nada de lo que decías, y yo en mi habitación te escuchaba y te veía y te confiaba mi corazón, te creía a pies juntillas y sentía lo que yo creía que tú también sentías. Creía que éramos uno los dos, pero tú ni siquiera eras nada. Y lo tengo que descubrir cuando te vas, porque te vas como jamás dijiste que querías irte, porque seguiste con ello aunque supieras que te estaba matando.

Ahora fue él el que no pudo mantener la mirada. Ella siguió hablando.

- Quería ser como tú.

Él agitó la cabeza y por fin se atrevió a mirarla de nuevo. Entonces ella notó una leve rojez en sus ojos. Tras varios balbuceos, él se atrevió a hablar.

- No me entendiste. A veces...

Ella comenzó a notar su propia flaqueza, y la furia se dirigió a ella misma. Pero la tristeza ganó la batalla, y volvió a llorar ahora silenciosamente.

- Lo siento -dijo él extendiendo la mano.

- No puedes sentirlo, estás muerto -volvió la fiereza a su rostro-. Da igual lo que sientas ahora. Has muerto, cabrón. Te lo has llevado contigo, lo que más quería.

Ella miró fijamente la mano que él tendía. Pero le daba miedo. Se mordió el labio y dudó.

- Pero... si te toco... quizá te desvanezcas. Y no quiero que te vayas, no quiero. No... no puedo.

Él dio un paso al frente y buscó la mano de ella. La tocó, y no desvaneció. Entonces ella sollozó y se llevó su mano a la cara. Le miró a los ojos y le entendió, le quiso como antes. Se hablaron durante largo rato con la mirada. Y entonces ella apretó la mano de él contra su mejilla y cerró fuerte los ojos.

Cuando abrió los ojos, volvía a estar sola.

Miró de nuevo la tierra removida entre lágrimas, y comenzó a andar el camino de vuelta.

martes, 11 de septiembre de 2007

MuNaT


Cruzando el escaparate, aparece ella.

Sostiene en su mano una pequeña vida en su andar por el mundo.

Mira hacia atrás y sonríe.

¿Qué haces tú en medio del ártico?


Munat es diosa del desierto en medio de la urbe.

Guiño los ojos para fijarme bien, y es que alrededor de su semblanza distingo un aura. Miro mejor y descubro que más que eso es una ventana. Alrededor de su cuerpo de junco, el aire no pertenece a este mundo sino a otro, y por eso detrás de Munat no veo el autobús ni la farola, sino una estepa amarilla y un camino de tierra, una casa de barro y un tapiz.

Munat desaparece al final de la cristalera, y con ella el sereno fuego y la tenue luz.

¿Qué te ha traído hasta aquí, Munat? ¿Qué te ha hecho huir de tu desierto?

HiStOrIaS iNtErMiNaBlEs


Sentada en un bar español y masticando un bocadillo de lomo y queso, disfrutando en este instante el hecho de no tener a nadie que me incomode, nadie ante quien procurar bocados prudentes.

Pero, ¿estoy realmente sola?

Ahora mismo, ante los ojos de los demás sí, lo estoy. Si alguien cruza la calle mediada por un cristal y mira en mi dirección dirá, vaya, qué hace esa chica comiendo sola. La soledad en ese caso es un adjetivo circunstancial, del que depende tan sólo la densidad de población de un restringido espacio a mi alrededor. La soledad es entonces característica, hecho, como el color negro de mi pelo o el lomo del bocata.

Pero la cuestión es, ¿me siento sola?

Eso es lo que realmente importa, ¿no?, el sentimiento.

Hace tan sólo unas horas, dos figuras templadas desaparecían tras de mí, poniendo punto y el cartel de "Continuará...?" a una historia de las de verdad, no las que te cuentan de pequeño con un principio genérico y un final concluyente, no, sino con las que te encuentras en la vida, con un principio violento que interrumpe la rutina, y un final condenado a la maldita eternidad, a la historia interminable.

Y no sólo pienso en esas figuras, sino en todo lo que representan, en todas las figuras que dejé atrás un poquito antes en el tiempo.

También pienso en el resto de historias interminables de mi vida. En el resto de figuras que me esperan delante.

Sola o no, lo que importa es saber que aquí, con este bocata y la cocacola y la estación, me sostengo en una coma, más que literaria musical, porque significan una respiración, una pausa para llenar bien hondo los pulmones y luego vaciarlos. La historia sigue, hasta el final, interminable.




martes, 4 de septiembre de 2007

EfÍmErO


...el vértigo del vacío en un salto...
...la excitante emoción de algo nuevo...
...la flor perfecta...
...la felicidad...

...la vida...

Adiós.

sábado, 18 de agosto de 2007

LuNa De ArIjA

La luna sonríe y me habla
pizpireta desde su ventana.
La luna me mira y asiente.
Yo sé que ella nunca me miente.

Confío en la luna que mira,
luna cotilla, luna lunita,
luna de luz de luna.

Se disfraza de calores
reflejos de astros y amores.
Pero sigue siendo mi luna
la que en silencio siempre me escucha.

Y miro a la luna que mira,
luna en la playa de Arija,
luna de luz de luna.

La luna que sube y que baja
mientras la noche se escapa.
Me dice adiós con guiño,
sentada en la arena sonrío.

Y sola la luna se pira,
luna tranquila, luna bonita,
luna de luz de luna.

miércoles, 11 de julio de 2007

El OtRo LaDo

Ayer salieron en el telediario las imágenes de dos terroristas españoles, uno fue detenido en una estación de autobuses y la otra aún no ha sido atrapada. Vi sus rostros jóvenes y tranquilos que millones de puntitos me transmitían.

Os voy a pedir un favor, aunque sea completamente políticamente incorrecto. Voy a pediros algo que no está para nada de moda, algo por los que muchos fruncirán el ceño y dirán que me falta criterio y sensibilidad.

Pero por favor, por una vez, poneros en su piel, pasaros
al otro lado, intentad comprenderles.

Yo imagino una muchacha joven de veintipocos, convencida de que está haciendo la revolución, que está haciendo algo bueno y anónimo por las generaciones futuras, una nueva Ché, una nueva Madero, una nueva Kuhn. Una heroína anónima quizá cuyo nombre no resonará jamás en la Historia, pero alguien que se irá del mundo con la certeza de haber luchado por lo que creía, intentando construir un mundo mejor.

Y si volvemos a nuestro lado, todo esto no tiene sentido. No es una revolucionaria, es una terrorista fanática que produce dolor a su paso para defender lo indefendible.

Cómo alguien puede estar tan equivocado y creerse tal poseedor de la verdad. Dónde está límite, a quién pertenece la razón. Y sobre todo, dónde estoy yo como ciudadana del mundo que critico y miro con desconfianza, cuál es mi papel y qué me hace pensar que mi verdad es la Verdad, que mi criterio es el Criterio, que lo que veo es lo que está
al otro lado.

jueves, 5 de julio de 2007

Un PoCo De FíSiCa

Hoy he hecho el examen de Mecánica y Ondas. Qué raro que ponga algo explícitamente personal en el blog, ¿no? No tengo nada especial que escribir, ahora que soy un poquito más libre (ese relativo término que depende del momento de tu vida). Pero me siento un poco física. Y me apetece poner algo físico.

Antes de que el blog existiera existía simplemente una libreta negra. Una que relataba mis 20 (larga historia y/o rayada). El otro día la estuve releyendo (la época de exámenes, que te hace desenterrar un montón de cosas...). Encontré cosas interesantes, os pongo ésta que es bastante... física.




"El átomo 'positronio' es de vida corta. Supuestamente, el electrón y el protón se mueven alrededor de su centro de masas común, en una especie de danza de la muerte antes de su aniquilación mutua.

Tengo 20 años, 26 días y 24 minutos. A pesar de que estoy asqueadísima de tanta cuántica he de admitir que tiene su encanto. Este pasaje, de Eisberg, es una de las cosas más románticas que he leído nunca. Para existir, el positronio (que vendría a ser el Amor Verdadero) ha de crearse con el sacrificio del electrón y el positrón, que a pesar de conocer su inmediato final, se entregan a esa danza, el uno por el otro, con tal de pasar sus últimos nanosegundos juntos. Es precioso."

miércoles, 4 de julio de 2007

La LeYeNdA dEl ReFlEjO

Hace mucho tiempo ya, en otro mundo o en éste, un joven perdió su reflejo.

Preocupado, revisó su cuello buscando la mordedura de un vampiro; palmeó su trasero y su cráneo buscando apéndices que le hicieran reencarnación de demonio; nada. Seguía siendo él mismo, la gente le trataba igual, su rutina no le abandonó, pero su reflejo seguía sin aparecer al otro lado del espejo.

Al cabo del tiempo, tanto él como los de su alrededor se acostumbraron a la nueva situación. Entre amigos y vecinos le ayudaban a afeitarse o escoger prendas. El muchacho echaba a veces de menos conocer cómo se veía su cara o su cuerpo de frente, pero la mayoría del tiempo estaba lo suficientemente ocupado como para no pensar mucho en ello.

Cuenta la leyenda que entonces llegó una nueva vecina al poblado. Una vez instalada, decidió invertir su tiempo en pasear y hablar con sus nuevos compañeros. Así aprendió muchas cosas, como que al cura le pirraban las rosquillas, que niños gamberros habían cogido costumbre de pintar gatos o que una viuda y un viudo llevaban siendo amantes casi veinte años, pero que a ninguno de los dos les apetecía volver a la vida de casado a pesar de la insistencia de los familiares.

Y también oyó hablar sobre el chico-sin-reflejo.

Con curiosidad se dirigió a su cabaña. Y descubrió que el chico-sin-reflejo era tan sólo eso, un chico sin reflejo. No sólo eso, además era un chico bastante serio y normal, más o menos de su edad. Por ello, coincidían a menudo en sus haceres, y conversaban con frecuencia sobre banalidades y asuntos de vida o muerte.

Con la velocidad que a los jóvenes caracteriza, el muchacho se enamoró perdidamente de la chica.

Una noche a la luz de la luna, el muchacho tomó las manos de ella y comenzó a clamar cuánto la amaba. La chica apretó sus manos para que parase y escuchase.

- ¿Me quieres?
- Más que a la Vida que se me regaló para conocerte y a la Muerte que me salvará del dolor de quererte.
- ¿Y qué es lo que te gusta de mí?
- Tu sonrisa.
- Es la que encuentras cuando tú me sonríes.
- Tus caricias.
- Son las que sientes cuando tú me tocas.
- Tus besos.
- Son los que te devuelvo.
- Y la forma en la que me siento cuando estás cerca.
- Y que yo no siento si no estás conmigo. -Volvió la cabeza y señalando hacia el río, dijo- Mira.

Y el chico encontró allí de nuevo su reflejo.

sábado, 30 de junio de 2007

ThE mOsT bEaUtIfUl ThInG I'vE eVeR sEeN

Fue ese chico ciego. En esa parada de autobús. Ese caluroso día en Madrid. No podía apartar mis ojos de él, y de cómo su mano acariciaba sin descanso el pelo de la chica ciega que estaba a su lado, mientras esperaban el autobús.


"Subir la mano, buscar tu suave tacto con los dedos, meterlos cuidadosamente entre el cabello, deslizarlos dulcemente hasta el final, y volver a empezar. Tener la consciencia de que estás aquí, a mi lado. Decirte que te quiero sin decirte nada. Sentirte cerca de mí, hacer que me sientas a tu lado. Mano arriba, mano abajo. Estoy aquí, estás aquí, conmigo. La mano avanza al compás de mi respiración, de la respiración de toda la ciudad, de todo lo que me rodea, de una ciudad hirviente y contaminada, esa respiración que se detiene en tu pelo, rubio aunque yo no lo vea, tan suave entre mis dedos, su olor alcanza mi aliento, su tacto inunda mi cuerpo, sólo oigo nuestras respiraciones mientras dura ese leve contacto, ese que repito una y otra vez para no morir de soledad en un mundo que no me deja verlo. Y ya no estamos solos nunca más."


[25 Octubre 2006]

miércoles, 27 de junio de 2007

Un LuGaR

Miró de frente la caja, suspiró hondo y se ató el pelo. Con el cutter rasgó violentamente el celofán que envolvía por completo cada arista, gordas tiras de celofán marrón que apenas diez días antes había envuelto concienzudamente kilómetros al norte, en otro país, otra cultura, otro idioma... pero sobre todo, en un mundo completamente diferente.

Diez días. Sólo diez días. ¡Tanto! diez días...

¿Qué había pasado esos diez días? Nada del otro mundo. Como si de plastilina derretida se tratase, su cuerpo había caído en el molde y había ido llenando los rincones y huecos poco a poco, despacio como el avance de la lava de un volcán, cubriéndolo todo, triste y dolorosamente, hasta que su cuerpo perteneció de nuevo al molde del que había huido unos meses antes, y al que había vuelto con una nueva forma completamente diferente.

Rápidamente, como quien tira de la cera caliente esperando que pase pronto el dolor, empezó a sacar todas las cosas que la caja contenía y esparcirlas por el suelo. Primero discos que había hecho viaje de ida y vuelta, y algunos nuevos que por primera vez pisaban tierra española. Luego una larga y abrigada bata de invierno que la hizo sonreír, padres cabezones que no quisieron llevarla de vuelta... Sábanas y toallas. Después bolsos y bufandas y fulares, uno de ell
os con brillos plateados que descansó en el suelo iluminando suavemente su derredor. Les siguieron libros, muchos libros, pequeños coleccionables de novelas de siempre, best-seller extranjeros para entender un poco ese mundo, algún libro de segunda mano que significaba algo más, guías de aparatos eléctricos, cómics...

Y se detuvo en un pequeño libro rojo. Apenas podría llamarse libro por lo estrecho. En realidad era un mapa. Su mapa. El mapa de aquel mundo. El mapa en el que se encontraban todas esas equis de tesoros escondidos. El mapa que había leído primero extrañada y aventurera, luego con familiaridad, para jugar a encontrar sus rincones, los suyos.

Las prisas se acabaron, el caos ocupó la habitación y ella se sentó con una suave luz roja y los brillos plateados del fular para abrir aquel mapa. Primero se detuvo a observar la portada. Los cantos estaban levemente levantados, dejando marcas blancas a lo largo. Algunas arrugas cruzaban el rojo y azul de las letras.

Se atrevió a abrirlo. Y apareció aquella página que ocupaba su mundo allí en el otro mundo. Primero parques de tardes mágicas, calles ruidosas y llenas los sábados por la mañana
. Buscó con ahínco su calle, su pequeño piso en el que la vida era una aventura incluso cuando no pasaba nada. Caminó mentalmente hasta la casa de sus amigos, pero en lugar de con prisas como lo había hecho sus últimas veces, lo hizo lentamente, deteniéndose en cada tienda, cada esquina y escaparate, cada cruce... Se detuvo a recordar los detalles. El olor del restaurante italiano, el tímido jazz desde el primer piso de una cafetería. Las ventanas de amigos a las que siempre gritaba. La parada de autobús desde la que despidió a tanta gente querida y que finalmente la despidió a ella. Giró la cabeza hacia el final de la calle, las cafetería, tiendas de dulces, fuentes y monumentos. Subió hasta la catedral y el senado, el ancho parque estaba iluminado por un fuerte sol y en él descansaban jóvenes sonriendo contradictoriamente con sus negras vestimentas. Los bares que le gustaban y los que no, los divertidos a veces, en los que había dado el espectáculo, los que cerraban pronto y los que siempre podías encontrar abiertos. Luego la universidad, los altos y hermosos edificios. Los mercadillos de tenderos afables. Los supermercados en los que ya podía encontrar lo que quisiera rápidamente. Las calles que llevaban a otros amigos, al lugar de ensayo, el olor de la piscina, las violetas de la pared de una casa y la calle en la que se formaban charcos invisibles. El puente, la casa de revista, las tiendas buenas, los mercadillos míticos y místicos, las clases, los baños de distintos locales, la plaza con merenderos inundada de gente y música... Por su mente pasaron mil y una imágenes. Ya no veía el mapa ante ella. Veía lo que había sido su vida. Su mejor vida.

Y de repente volvió a echar de menos como aún no se había atrevido a echar de menos desde que volvió. Diez días hace que no está en ese mundo, y lo único que le parece es que en realidad nunca estuvo allí. Y eso le duele tanto...

Cómo es posible construir una vida ficticia, virtual, una vida sin futuro, una vida con fecha de caducidad, una vida en un corredor de muerte, una vida con enfermedad terminal... y aún así construirla entera, construirla tuya, llenarla de cosas, llenarla de lo que tú quieres, de tu mejor tú, de la mejor gente, para que duela tanto.

Una vez alguien le dijo "¿y tú por qué sonríes tanto?", y ella contestó una tontería. No subestimes la tristeza de una persona que sonríe, ni el amor de una persona que no te lo confiesa.

sábado, 16 de junio de 2007

La NiÑa Y eL DuEnDe

Érase que se era, una pequeña niña de rizos alborotados y negros. Le encantaba andar y recorrer calles, rincones y escondrijos, el olor de un limón recién abierto y meter los dedos en cera derretida. Recorría la vida a saltitos, picando y pellizcando todo lo que encontraba a su paso.


Un día, caminando, algo se cruzó por su camino. La niña se paró en seco y abrió mucho los ojos. Un pequeño duende de pelos y barbas alborotados le sonreía de frente. La pequeña niña no dijo nada. Teniendo en cuenta que nunca había visto un duende (aunque algo sabía sobre ellos, puesto que había leído muchos muchos cuentos y conocía gente que aseguraba haberlos encontrado en alguna ocasión) no estaba segura si podía picarle y pellizcarle sin que el duende se quejara, así que mirándole disimuladamente continuó despacito su camino a pequeños saltitos.


Pronto se dio cuenta de que el duende le seguía, también a saltitos, y manteniendo su amplia sonrisa. La niña sabía que ella podía caminar mucho y muy largo, y que el duende, como el resto, acabaría cansándose en el camino y dejaría de seguirla. Así que manteniendo su mutismo y tarareando una canción siguió sin dilación su camino.


Recorrió bosques, campos, ciudades y playas. Cuesta arriba y cuesta abajo, mientras llovía y tronaba. También cuando un sol pesado caía bajo sus espaldas.


Pero nada detuvo al barbudo duende.


Poco a poco, y sin darse casi cuenta, la niña dejó de andar para alejarse del duende, y comenzó a andar a su lado, aunque aún no se habían dirigido la palabra.


A lo largo del mundo que lentamente cruzaban, fueron apareciendo los más mágicos descubrimientos: flores amarillas, castillos de arena, fuegos danzantes, figuritas de alambre, lunas naranjas, cuero trenzado, música desconocida… Y cada vez que alguna de estas maravillas aparecía, la pequeña niña se detenía en seco y absorta las contemplaba. Y cuando se giraba bruscamente preocupada de que su duende hubiera seguido el camino sin darse cuenta de que ella se había detenido, le encontraba a su lado, también absorto en la mágica aparición, con la sonrisa aún dibujada en la cara. Entonces siempre el duende se volvía hacía ella y le guiñaba un ojo, y juntos continuaban el camino.


Era la primera vez que la niña caminaba con alguien.


Con un saltito y de repente, la niña se detuvo en seco para mirar lo que la rodeaba. Giró sobre sí misma y dejó resbalar su mirada desde la copa de los árboles hasta la punta de sus pies. Ya había estado allí antes. Miró hacia el duende, que a su vez la miraba fijamente a ella. Y entonces se acordó. Allí había aparecido el duende por primera vez hace ya mucho o muy poco tiempo, justo ahí desde donde él la miraba.


El duende la miró de frente con su amplia sonrisa, justo como la primera vez. Y con una cabriola desapareció entre matorrales.


La niña se quedó parada mirando hacia donde había desaparecido el duende mucho tiempo; el tiempo suficiente para que las hojas de los árboles cayeran, y luego se cubrieran de nieve en el suelo, el tiempo que tardaron nuevas hojas en brotar, y el tiempo que el sol tardó en tornarlas amarillas de nuevo.


Parpadeó como despertando de un sueño y miró hacia sus pies. Aún amodorrada, dio un ridículo salto hacia delante. Intentó dar un segundo, pero tropezó. Entendió que los saltitos le eran más difíciles cuando el duende no estaba a su lado, pero hizo el esfuerzo. El tercer saltito fue casi a cámara lenta, pero consiguió mantener el equilibrio hasta el final. Cuando dio el cuarto y el quinto salto el camino fue tornando un poco más sencillo, aunque aún eran más cortos de lo acostumbrado.


La niña seguía recorriendo el mundo a saltitos, picando y pellizcando lo que encontraba a su paso. Y cuando de vez en cuando algo mágico aparecía ante ella, se detenía absorta a contemplarlo, y distinguía desde justo detrás de la aparición la barbuda y melenuda cara del sonriente duende guiñándole el ojo.


Incluso en el desierto más amplio abrigada por la noche más oscura, la niña no volvió a caminar sola.

jueves, 7 de junio de 2007

DíA rArO

Hoy quiero escribir algo. Estoy llena de cosas, cosas que me rebosan y resbalan hacia abajo por mi cuerpo. Pero son tantas que han perdido forma o percepción, y no puedo reconocerlas.

Hoy no hay música.

A veces pasa. A veces ninguna canción del mundo es adecuada, tu sonido es el silencio.

Hoy no hay música, pero ni siquiera hay ganas de llorar.

Recuerdas muchísimas cosas que son las que te han llevado al hoy. No tienen ninguna importancia, son sólo recuerdos. No sientes un apego especial a ellos, pero hoy son tu mundo, hoy te das cuenta que es lo que te queda y que eso es una mierda.

No se trata de que el final tire por la borda todo. De quien más me va a costar despedirme es de la cercanía, del tacto, de los olores de este mundo, de las manos apresadas y las caricias y los abrazos, de las distintas alturas, los colores de ojos, los brillos de pelo, de las formas de las manos, de las muletillas, de las coñas compartidas. De la complicidad. De esas pistas que te dicen que perteneces. De toda esa gente de la que ahora sé tanto, pero de los que en El Regreso ya no sabré nada, de esos pequeños detalles que provocan una sonrisa involuntaria y que algunos llaman felicidad.

Parece que pierdo coherencia, pero en verdad todo es así dentro, deforme y de color rosa pálido, mezcla de muchos colores, sentimientos, convirtiéndose en una masa viscosa que hierve por dentro de mí y sale por el techo de mi cabeza resbalando hasta el suelo, haciéndome cerrar los ojos mientras la siento caliente y pesada por mi cara y mi piel.

domingo, 3 de junio de 2007

BoCaDoS

Asomada al precipicio del final de una aventura, me doy cuenta de que cada una de las experiencias que aparecen a nuestro paso son como una fruta. Qué panorama, señores. Ni una caja de bombones, ni una consecución de momentos enlazados como una cadena, ni siquiera lo que pasa mientras la planeas; la experiencia es una fruta, la que elijas, manzana pera plátano granada naranja melocotón melón… Una fruta, hay que joderse.

Un día cualquiera de una corriente vida. Estás en un momento de esos, el más vulgar, a lo mejor estás sacándote un moco. Da igual. Es un momento de muchos otros, pero de repente te dices: joder, hace mucho que no hay nada nuevo, necesito algo.

Entonces te vas a dar una vuelta a pasear un poco las ideas porque sacar mocos no es algo que te llene demasiado, y pasas por delante de muchos escaparates, de una floristería. Y te regalan una planta, elige la que quieras. Así que eliges un pequeño árbol frutal y te lo llevas a tu guarida.

Tras un duelo de miradas entre el estático arbolito y tú, un cuidadoso estudio de su aspecto exterior, y una vana duda de si eso era realmente lo nuevo que necesitabas, lo dejas en la mesa de tu habitación, ocupando más o menos el centro, y no lo puedes evitar, cada vez que entras en la habitación lo ves. Eso te ayuda a acordarte de regarlo y esas cosas, al principio más con la preocupación de que no se te marchite; luego ya como con ganas, con cariño, porque al pobre arbolito lo ves todos los días ahí, en la mesa, y qué menos que cuidarlo para que luzca bonito, y el cabrón es agradecido, y algunos días está verderreverde y te alegra la habitación y un poco también el día.

Total, han pasado tres meses y en una de las yemas de tu arbolito ha aparecido una flor, y desde esa flor atisba la amorfa figura de lo que adivinas será tu fruta. Vamos a ver, frutas hay en todos los lados y ya has comido tropecientas de todas las clases y sin prestar atención, pero ésta es diferente, es tuya porque nace de lo que has cuidado durante esos meses. Y te vuelves como una niña impaciente observando la fruta y midiendo el crecimiento y sacándola fotos, incluso hablas a tus amigos sobre tu fruta, y el arbolito va formando parte de tu vida, ya no es un extraño en la habitación, así que le cuentas tus cosas, tus penas y tus temores, tus mejores momentos, y el pequeño arbolito es testigo de tu vida, tus días, de ti; ahora él forma parte de tu vida.

Con paciencia y cuidados, la fruta va creciendo poco a poco, hasta que un día está totalmente formada, aunque su color aún es verde, pero sabes que muy pronto estará lista. Y ese día te das cuenta de una putada.

Aquí viene lo complicado.

Las experiencias son como las frutas. Al principio crees que lo único que te aportan es un esfuerzo extra, pero de ese esfuerzo va creciendo algo que te llena y que se mete en ti. Hasta que llega un momento, inevitable, en el que racionalizas que las experiencias, como las frutas, son caducas.

¿Qué quiere decir esto?

Esto quiere decir que la fruta es dulce al final. Tienes que dejarla madurar, tienes que esperar y currártelo, y luego disfrutarla en su momento, en aquél en el que su olor es tan intenso que baña la habitación, aquél en el que el mordisco es jugoso, el sabor fuerte y fresco, el tacto suave y sabroso. Ese momento es por el que has estado esperando desde el principio. Pero cuidado, no puedes esperar demasiado a pegarle el mordisco porque se pudre. Y aunque quieras guardarla y conservarla contigo para siempre, no puedes, porque con lo único que te quedarás en con una blanda y dulzona fruta podrida. No importa que le hayas cogido cariño, no importa que te haga feliz. Esa fruta tiene su momento. No hay alarma que te avise de cuál es, sigue tu instinto, porque es tu fruta y ella te dirá que es el momento de terminar, de dar el último pequeño bocado y guardar el recuerdo de su sabor en tu paladar.

Y luego pues se lo cuentas a tus amigos, el sabor, el aroma, el tacto, el suave color de su superficie… cada detalle, con una sonrisa en los labios, recordando que te encontraste con algo, que lo cuidaste, que fue parte de ti, y que cumplió antes de irse porque fuiste capaz de dejarlo marchar.

Así que aquí ando, mirando fijamente mi arbolito, con las tijeras en las manos, preparada para la poda y para el premio, sonriendo ya antes de probarla, porque sé que éste es el momento. Frutita, cómo te voy a echar de menos…

sábado, 2 de junio de 2007

LuNaS NaRaNjAs

La suave humedad de la hierba bajo tus vaqueros.

El frescor amargo de la cerveza en la garganta.

Unas risas incontenibles (pero que tampoco querrías contener).

El olor de un porro liándose.

La música lejana de una guitarra.

Murmullo de risas y conversaciones.

El cuelgue de miles de enanitos martilleándote la cabeza.

Una puesta de sol rosa.

Sonrisas compartidas en el aire.

La oscuridad que desarropa.

Retazos de fuego suspendidos; y más tarde, el fuego alrededor tuyo, silbando en tus oídos, encarcelándote en su calor.

El hipnótico ritmo.

Muchos abrazos.

Y una luna naranja.








Joder, ya no sé si esto es el final o el principio o qué coño es...

sábado, 26 de mayo de 2007

SeDa & HiErrO

Ella apretó con fuerza su mano sin mirar hacia él. No encontró ninguna palabra, así que se dedicó a repasar la superficie de sus dedos con la mirada. Conocía esa mano más que la suya propia, cada arruga, cada herida, el débil dibujo azul de las venas, la forma cuadrada de unas uñas mal cuidadas. No era la mano dañada y áspera de un agricultor, ni la suave y carnosa de un estudiante. Era una mano que se había extendido hacia donde había sido necesitada, sin mirar, de cabeza y sin frenos ni tiritas ni gelocatiles que valgan. A pegarse la hostia donde fuera y por quien fuera.

Por eso no podía dejar de apretarla. Se había fundido a ella desde el primer momento que aprendió a leerla, pero a leer su pasado en lugar de su futuro, sibila de las cosas remotas. Su mitad pitonisa le dijo entonces que el dueño de esa mano era aquél al que había estado esperando tanto tiempo, mientras saltaba de sonrisa a sonrisa, de abrazo a abrazo, de una a otra unidad de felicidad envasada. Y siempre que le había tocado saltar de nuevo se había preguntado qué es lo que le pasaba a ese maldito mundo donde su mano no pertenecía a ninguna otra, donde el molde había perdido al modelo.

Entonces en medio de la desesperanza apareció la mano de él, tendida como siempre. Y después de esa mano, unos ojos, y luego unas tardes, y luego unos besos, tímidos al principio, más y más valientes con el tiempo. Todo mezclado de promesas y estrellas y tesoros escondidos en arenas remotas, bajo equis que sólo ellos sabrían entender. Y sin darse cuenta la sonrisa se tatuó en su boca, porque por fin su mano había encontrado el hueco. Y no sólo su mano; su boca, sus brazos, su ombligo encontraban cobijo bajo los de él, hechos ambos de seda y hierro, de ternura y fuerza, de vida y muerte.

Aquella mano que miraba intensamente se movió hacia su barbilla, y la obligó a mirar a los ojos de quien pertenecía. No dijeron nada que no hubieran escuchado y dicho antes. Ninguno de los dos quiso llorar enfrente del otro. Apretaron los dientes tanto como las lágrimas, y sus manos poco a poco fueron separándose. La piel de ella se fue despellejando cuando el vacío la tocó. Y el dolor que trajo traspasó su piel y se mezcló con su sangre, subiendo rápidamente por su venas, tiñendo de negro cada célula y órgano, hasta el corazón. Él despareció entre azafatas. Ella se volvió hacia la gran cristalera, y esperó a que el avión despegara. Y mientras miraba cómo la magia elevaba aquel amasijo de metal y carne despacio sobre el aire, una certeza apareció en su mente, y sonrió. Tranquila y lentamente, volvió todo su cuerpo mientras extendía la mano hacia delante. Esta vez la mano de ella era la tendida, y la sonrisa de él la que esperaba al otro lado.

viernes, 25 de mayo de 2007

El CoRReDoR dE lA mUeRtE

El preso mira a través de los barrotes. El suelo gris, las paredes verde claro, los barrotes blancos. Todo está en silencio. Todo es estático, sin movimiento. Muerto antes de morir. Vacío. Incluso él está muerto ya por dentro, antes de cruzar esos pasos que ya ha contado mil y una veces en su cabeza.

Muda la vista hacia su plato. Una bandeja con distintos compartimentos. Pero no ve nada en ellos. Para él están vacíos. Para él todo está vacío a su alrededor. Si no existe futuro, no existe presente.

Recuerda cuando aún había vida.

Piensa en aquella canción. La ha oído cientos de veces. Sin embargo, no es capaz de cantarla, la muerte que lo rodea la ha ejecutado antes que a él. Pero sabe que existió. Recuerda cómo le hacía sentir. Hubo alguien con quien la compartió, alguien que ya no tiene ni cara ni voz, todo ha desaparecido dentro de él. Pero está seguro de que no fue un sueño. Está seguro de que existía. Estuvo allí para algo, sus caminos se cruzaron por alguna razón. Él supo cuál era esa razón, pero un día se le olvidó. Luego no volvió a pensar en ello hasta que fue demasiado tarde. Hasta que la canción dejó de tener ritmo y letra y se convirtió en un incómodo silencio.

No se acuerda de cuándo entró en el corredor. Él estaba viviendo su vida tranquila, y de repente todo se paró; su casa se convirtió en esa pequeña habitación de paredes verde claro y supo que la muerte le esperaba. Los funcionarios le traían bandejas todos los días, pero cuando se paraba a pensarlo no era capaz de recordar la cara de ninguno de ellos. Las bandejas siempre estaban vacías, pero no había vuelto a sentir hambre. El sol no desaparecía nunca de la minúscula ventana.

El tiempo se había detenido en esa celda en el corredor.

Su condena no era la muerte. Su condena era la eterna espera.

Y él aún no sabía qué crimen había cometido.

martes, 22 de mayo de 2007

ReCeTa: ArRoZ pArA uNa PeRsOnA




Ingredientes:
- Media tacita de arroz
- Tacita y media de agua (a ojo)
- Una pizca de sal
- Un huevo grande
- Un poco de queso Feta
- Tomate frito español


Sales de un examen que te ha salido bien. Duermes una horita de forma tranquila, y te despiertas sin alarma. Pensando en el sol que asoma por la ventana, hierves el agua y añades el arroz y una pizquita de sal. Dejas que tu música preferida llegue directa a tus orejas desde los cascos. Fríes el huevo con aceite no muy caliente mientras cantas en voz alta. Miras el reflejo del sol en tus flores de la ventana. Mezclas el huevo frito con el arroz y el queso y echas tomate del último bote español que te queda. Pegas el primer bocado asomada al parque del otro lado de la ventana.

Te das cuenta que estás allí. Que estás bien. Que te gusta. Que eres nueva sin haber cambiado un ápice, simplemente eres como te apetece ser. Que estás sola tomando arroz a la cubana que tú te has preparado. Que ahora sabes que puedes (y no sólo cocinar). Que no lo estás haciendo tan mal. Que hay momentos en los que puedes sentirte bien sin ninguna razón.

Advertencia: tomarse recién hecho. Puede que la sensación de libertad e independencia desaparezca en unos momentos...

¿QuÉ eS uN rElOj?



Un reloj no es nada.

Una de las ventajas del idioma castellano es que utiliza la doble negación, lo cual enfatiza la oposición.

Y un reloj no es nada de nada.

Un reloj es tan sólo una máquina con una aguja que gira a una determinada frecuencia, la cual está relacionada con el movimiento de rotación de la Tierra y la luz del Sol, pero que podría moverse de cualquier otra forma.

Pero un reloj no sonríe ni disimula. Un reloj jamás contará un chiste. Un reloj ni siquiera te decepciona. No te enseña cosas nuevas, no te hace sentir distinto. Un reloj por sí sólo nunca cambiará el pulso de tu corazón.

Y a pesar de que un reloj no es nada, vivimos atados a él, como si su correa nos apresara a nosotros.



En cambio, un reloj sin agujas es un símbolo.

Un reloj sin agujas no apresa, y te deja detenerte en el momento que prefieras. Ése que te hace feliz, o en el que te cabreas un huevo. También en el que las cosas parecen que tienen sentido por una sola vez. Un reloj sin agujas SIEMPRE te deja elegir a ti en qué momento estás.

Por eso un día decidí quitarle las agujas a mi reloj. Y elegir el momento en el que vivo.


lunes, 21 de mayo de 2007

00 PrInCiPiO


Muchos hablan de recuperar el tiempo perdido. Muchos viven buscando un tiempo que nunca tuvieron.

Y yo digo, ¿y si no hay nada que recuperar? ¿Y si simplemente lo mejor aún no tenía que suceder? ¿Y si es ahora cuando el momento está llegando?... ¿y si esto es tan sólo el principio?