miércoles, 24 de octubre de 2007

SeNtIdOs I

Una luz cegadora me hace guiñar los ojos. La bombilla está dirigida directamente hacia mi cara, y en derredor el resto no es más que oscuridad. No veo nada, pero sé que ellos están a mi alrededor, y sé que muy pronto tengo que decidir.

Decidir cuál de ellos elijo. Sólo puede ser uno.

Tengo que elegir tan sólo uno de mis sentidos.

La inconsciencia me lleva en brazos de Morfeo y sueño.


Yo ya no soy yo, sino espectador y protagonista a la vez. Así que una parte de mí se acomoda en la butaca, y la otra se prepara para el viaje. Observo y siento a la vez como me convierto en vista. Como sentido me vuelvo incorpóreo. Soy aire o fluido, soy continuo en lugar de discreto, y floto en muchos sitios a la vez. La luz deja de ser luz y se convierte en mi idioma, y a través de mi ser la luz se descompone en millones de partes, cada una de un color, colores que jamás vi y que jamás veré, muchísimos más que en los que en vida reconocí, abarcan todo el espectro universal, lo que antes pensaba que estaba oscuro ahora está lleno de haces y espesores, siento las distintas densidades, los pequeños fotones, las energías, me atraviesan y me lleno de ellas. No veo, sino que me sumerjo en la luz.

Mientras, en la butaca, decido que es el momento, y aprieto un botón a mi derecha. Mi ser expandido alrededor se concentra poco a poco estrechándose y alargándose a la vez, convirtiéndome en una larga cuerda, tan larga que llego hasta el infinito, atravesando el Universo. Me he convertido en oído. La más mínima partícula me roza y me hace vibrar. Mi espesor fluctúa en estrecho y ancho, vibro y me muevo con el sonido del aire, de la música, de las máquinas, de los lloros de los niños, no dejo de moverme y me dejo llevar, a veces vuelo, a veces me muevo por dentro de mi ser, y reconozco cada tiempo, y no encuentro el silencio, sin descanso los sonidos me golpean una y otra vez, continuamente, pequeños susurros o grandes estruendos que cubren todo lo demás, estoy condenada al movimiento eterno.

Cuando creo que voy a desfallecer, pulso el botón de mi butaca de nuevo. Desde el infinito mi ser se retuerce y encoje, y en lugar de vibrar me expando, convirtiéndome en una masa espesa y lenta que va ocupando todo en derredor. Y según avanzo y cubro el espacio, me doy cuenta de que ahora soy el gusto, porque al contacto de cada partícula distingo una estridencia, una candidez, los miles de sabores son como colores, como superficies que recorro, picándome, arañándome, acariciándome, asiéndome con fuerza, rodeo todo y mi masa se extiende a lo largo de cada objeto, sumergiéndolos dentro de mí, que siento millones de matices en la superficie de cada uno de ellos. Según crezco estoy engullendo al Universo en mí.

Tan grande y pesado, pulso rápidamente el siguiente botón. De repente estallo en millones de partículas que se evaporan en derredor, y soy una leve brisa. Soy el olfato. Comienzo a volar en el espacio, pero según me encuentro con las partículas en mi camino, éstas bailan en mi ser transportándome el recuerdo de algo que está lejos de mí. Y oigo historias cada vez más y más lejanas, me hincho de ellas, todas me dicen algo y se van acumulando en mí, y me llenan, la información crece por dentro y miro en todas las direcciones a la vez, tocando a la vez lo cercano y lo lejano, con más o menos intensidad. Las partículas me abruman e intento cerrarme pero en vano, porque entran sin control.

Extasiada de olores, pulso el último botón.

Desaparezco. Ya no estoy en la butaca. Tampoco estoy en forma de brisa, de masa, de cuerda o continua. Simplemente no estoy.

Todo es luz blanca a mi alrededor. No tengo cara ni realidad, pero aún así, sonrío. Ya he elegido. La luz blanca se va estrechando y difuminando lentamente, rodeándose de oscuridad, hasta que se convierte en un foco en medio de una sala a oscuras.


Vuelvo a estar en la habitación. A pesar de no oír nada, sigo sabiendo que están esperando alrededor de mí. Pero ya no me preocupa, he elegido.


¿Y tú? ¿Has elegido?



(No seais cafres y escribid qué creéis que elijo, anda. Sólo por curiosidad... El final del relato en unos días :P.)

jueves, 11 de octubre de 2007

InVoLuCiÓn


Tu vida:

Un día te despiertas y crees que ya está, que has pasado una página.

Y otro día te encuentras justo en el medio de la historia.

No tiene sentido.

¿O sí?


Eso es la involución. El retroceso. Alguien decidió que el tiempo era lineal y que tenía tan sólo un sentido. Quizá no podamos viajar hacia atrás en el tiempo (quizá aún no), pero yo me siento encerrada en las mismas historias una y otra vez, a lo largo de toda mi vida.

Cambias los escenarios y los personajes, y realmente con todo tu corazón crees que por una vez todo será distinto, y cuando pasa el tiempo suficiente como para adquirir la valiosa perspectiva, resulta que estás exactamente en el punto de siempre. Tú sigues siendo tú y sigues convirtiendo tu mundo en tu mierda. Puede que pienses que es la mierda que te hace feliz, pero por mucho que sonrías, sigue oliendo mal. Y un día se te tuerce el morro, ¡normal! ¡huele a mierda!

No se puede salir de esta puta mierda.
Hay veces que hasta siento su inmundo olor y textura en mi boca. Me ahogo entre tanta mierda.

No quiero aprender a vivir en mi mierda. Me niego.

Y creo que lo único que puedo hacer es seguir gritando que vivo en una mierda, porque la consciencia de esa mierda alrededor mío es de lo poco que me consuela.

La consciencia.

Qué mierda.

lunes, 8 de octubre de 2007

En Mí


El escenario que se presentaba ante ella parecía el vacío hecho paisaje. La meseta castellana se rebelaba contra el agua y brillaba con destellos amarillos y áspera paja. Pero el frío se acercaba y con él la humedad, por lo que no sentía ningún crujir según avanzaba. Un fino viento jugó con su cabello y su vestido, y removió las hojas en derredor. Cruzó los brazos sobre el pecho y se apretó contra sí, para sentir el suave calor de la lana sobre su piel.

Unos largos y seguros pasos más adelante, se detuvo sobre la gris lápida. La tierra aún se sentía removida y oxigenada. Miró hacia ella durante el tiempo necesario para que la primera lágrima floreciera; entonces comenzó a hablar.

- Estoy enfadada -murmuró. Las lágrimas se convirtieron en ríos.

Una voz apareció a su espalda.

- ¿Por qué?

Se giró y le vio. Sabía que él no debía estar allí, que él estaba bajo sus pies. Pero todo lo relacionado con él en vida había sido magia, ¿por qué iba a dejar de serlo una vez muerto?

- Me creí todas tus mentiras. -Su mirada era dura y firme, aunque la voz le temblaba.- Me creí todas tus estúpidas mentiras, tonta de mí. Te escuchaba y te creía sin parar. Creía que eran de verdad. ¿Quién coño creías que eras? ¿Por qué coño decías todas todas esas cosas, y luego volvías a casa y...?

No pudo seguir hablando. Los ríos habían pasado a cataratas del Niágara, y le cortaron la voz. Agachó la cabeza e intentó tapar su cara, pero no pudo evitar hipar y gemir. Por fin lloraba como quería llorar, pero no delante de él.

Pasaron mucho tiempo uno enfrente de otro, ella llorando sin parar y sin consuelo, moviendo los hombros y ocultando su cara; él delante mirándola fijamente, con la cabeza gacha como siempre.

Cuando se sintió más tranquila, intentó respirar hondo y secarse la cara. Sabía que estaba roja e hinchada, pero daba igual. Acaso él jamás la había visto en vida, qué más daba como le viera muerto. Le miró otra vez a la cara.

- Eres un cobarde. He dejado que mi alma fuera dirigida por un cobarde y un mentiroso. Jamás has sentido nada de lo que decías, y yo en mi habitación te escuchaba y te veía y te confiaba mi corazón, te creía a pies juntillas y sentía lo que yo creía que tú también sentías. Creía que éramos uno los dos, pero tú ni siquiera eras nada. Y lo tengo que descubrir cuando te vas, porque te vas como jamás dijiste que querías irte, porque seguiste con ello aunque supieras que te estaba matando.

Ahora fue él el que no pudo mantener la mirada. Ella siguió hablando.

- Quería ser como tú.

Él agitó la cabeza y por fin se atrevió a mirarla de nuevo. Entonces ella notó una leve rojez en sus ojos. Tras varios balbuceos, él se atrevió a hablar.

- No me entendiste. A veces...

Ella comenzó a notar su propia flaqueza, y la furia se dirigió a ella misma. Pero la tristeza ganó la batalla, y volvió a llorar ahora silenciosamente.

- Lo siento -dijo él extendiendo la mano.

- No puedes sentirlo, estás muerto -volvió la fiereza a su rostro-. Da igual lo que sientas ahora. Has muerto, cabrón. Te lo has llevado contigo, lo que más quería.

Ella miró fijamente la mano que él tendía. Pero le daba miedo. Se mordió el labio y dudó.

- Pero... si te toco... quizá te desvanezcas. Y no quiero que te vayas, no quiero. No... no puedo.

Él dio un paso al frente y buscó la mano de ella. La tocó, y no desvaneció. Entonces ella sollozó y se llevó su mano a la cara. Le miró a los ojos y le entendió, le quiso como antes. Se hablaron durante largo rato con la mirada. Y entonces ella apretó la mano de él contra su mejilla y cerró fuerte los ojos.

Cuando abrió los ojos, volvía a estar sola.

Miró de nuevo la tierra removida entre lágrimas, y comenzó a andar el camino de vuelta.